miércoles, 30 de octubre de 2013

El Cuento del Humilde Currículo


Si hace un tiempo os hablaba de cuánto tiempo dedicaba de media un seleccionador a mirar un Curriculum Vitae ( ver artículo Eye Tracking aplicado al CV) hoy os traigo un cuento, más bien una parábola que me he encontrado en esta inmensa biblioteca que son las Redes Sociales y que encierra grandes y sabias enseñanzas: “El Cuento del Humilde currículo”.

Cuenta una historia que transcurre en un mundo de ilusión y fantasía pero que fácilmente puede transponerse al nuestro: dos currículos, uno nuevo, joven, pomposo, lleno de anglicismos, bello en las formas, vacío en su contenido y otro… el humilde currículo… Pero no os cuento más, os dejo a continuación el cuento íntegro publicado por Cristal y Vidrio que ha sido Finalista del III Premio Literario RRHH Digital. 




El cuento del humilde currículo

En un mundo de ilusión y fantasía que existió hace algún tiempo, vivía un pequeño y humilde currículo, que sólo sabía vender. Había nacido en un pequeño pueblo de artesanos, en el que sus padres le habían enseñado la base del negocio, y había desarrollado todas sus habilidades con el paso de los años, vendiendo todo tipo de artículos que sus vecinos necesitaban intercambiar.

Con el tiempo, se convirtió en el mejor vendedor de cualquier servicio que pudiera necesitarse y nadie, mejor que él, conocía los secretos de la venta en la comarca. Preguntando a cualquiera de sus conocidos, todo eran halagos para el humilde currículo, que llenaba páginas y páginas de experiencias y ganaba en peso, a la vez que en años, dejando atrás su juventud y galanura.

En esa época, la mayor empresa del reino ideó una forma novedosa de teletransporte, que quería vender al resto de países de manera inmediata. La idea era excelente, pero el precio era excesivo, por lo que era necesaria una buena labor de trabajo en venta, para poder convencer de las bondades del invento a los futuros consumidores.

Se decidió convocar un concurso de talentos para encontrar al mejor candidato como comercial del servicio y, para ello, se seleccionó a través de un casting a los futuros concursantes de un programa en el que se vería la evolución de cada uno, durante un periodo de convivencia en una academia, y unas galas en las que los concursantes mostrarían al gran público sus aptitudes y se someterían al juicio de un jurado.

El humilde currículo, en principio reticente a participar, se dejó convencer por sus conocidos que le animaron a mostrar sus cualidades, las mejores para el puesto, sin ningún género de dudas.

Sin embargo, en el concurso, participaba un jovencísimo currículo, vacío de contenido, repleto de hojas en blanco, pero con frases llenas de anglicismos que hablaban de “Marketing”, “Branding” y “Customers Developer”. Este joven currículo, no sabía hacer nada, pero lucía espectacular en todas y cada una de las galas en las que competían.

El jurado, embaucado por las lentejuelas y la belleza del currículo “anglicanizado”, se dejaba deslumbrar por sus palabras y no paraba de halagar en sus apreciaciones la forma en la que caminaba sobre el escenario, olvidándose de la finalidad para la que estaba diseñado el concurso, que era la de vender el nuevo sistema de teletransporte fuera de las fronteras del reino. 

El humilde currículo, fue poco a poco, de esta forma, quedándose atrás en la clasificación, a pesar de ser el que mejor se adaptaba a las necesidades de venta del aparato. Ninguno de los miembros del jurado apreciaba que ganara en años de experiencia. Es más, este era un punto negativo que le hacía aparecer por detrás en las listas de clasificados, por ser más gordo y con el pelo cano. Tampoco suponía un plus el que sus experiencia estuviera descrita en castellano correctísimo, en contraposición a los términos extranjeros que nadie entendía.

Y esto hasta que uno de los miembros del jurado, vestido con una gafas de sol oscuras, y con unas formas un tanto ariscas, quiso no dar por hecho lo evidente. Emitió juicios que, hasta entonces, nadie se había atrevido a dar. Decidió adentrarse en la experiencia de las páginas descritas por los participantes en su vida, y ver más allá de las formas. Desnudó al currículo joven y pomposo y puso en evidencia pública su falta de experiencia.



Además, propuso un nuevo reto, el de dejarles mostrar su habilidades de venta, con un mismo producto que ofrecer al público.



La diferencia fue evidente. El joven currículo, amedrentado por el único juicio negativo que había recibido en su vida, no supo reaccionar, y sus pocas tablas en el escenario demostraron que no podía desarrollar una buena labor comercial.

El humilde y pesado currículo, por el contrario, supo desenvolverse como pez en el agua. Engatusó a los compradores de una forma que, hasta entonces, nadie había sido capaz de demostrar. Describió el producto como nadie hasta entonces había sabido hacerlo, y sacó a relucir bondades que ninguno había sabido ver en el producto hasta la fecha. Nadie de los allí presentes pudo resistirse a la tentación de comprar uno de los artilugios propuestos y llevárselo a casa con la idea de haber hecho la mejor adquisición de su vida.
El jurado con gafas de sol se levantó y aplaudió. El resto de los miembros del jurado se le unieron. El currículo joven y arrogante admitió su derrota y aplaudió, a su vez, a su gran contrincante. La victoria fue evidente.

Y desde entonces, en aquel mundo de ilusión y fantasía que existió hace algún tiempo, los currículos pasaron a valorarse por su contenido, por su importancia y experiencia, y no por las canas y la apariencia que tenían. Los responsables de seleccionarlos supieron cómo ahondar en su contenido, sin dejarse deslumbrar por las palabras vacías. Y los currículos, fueron felices en su mundo de sueños.




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